EL deporte está cada vez más politizado. Por su parte, el nacionalismo trata de sacar partido del deporte en general y del fútbol en particular. Mucha gente pensará que esto está mal y probablemente tengan razón. Pero, ¿quién politiza el deporte? ¿Quién trata de usarlo para sus fines? En su origen, el deporte es una actividad lúdica, cuyo principal fin es dar cauce al instinto explorador y competitivo del ser humano que, mediante la disciplina y el sacrificio, trata de alcanzar la excelencia. El deporte también permite canalizar las tensiones sociales y evitar conflictos violentos. Por lo tanto, el deporte no es sólo un pasatiempo, sino que cumple importantes funciones en cualquier sociedad. Por eso los seguidores se identifican con sus deportistas favoritos y llega a considerarlos verdaderos héroes.
Cuando los deportistas representan a ciudades o países, esta capacidad de identificación adquiere relevancia política. Las antiguas ciudades griegas, los estados de la época, paraban hasta las guerras para medir sus fuerzas por medio del deporte en distintas competiciones y en los Juegos Olímpicos. Lo que sentían aquellos atletas a su regreso a Esparta o Atenas debió ser algo muy parecido a lo que pudieron sentir los jugadores del Athletic desde el balcón del ayuntamiento en el recibimiento tras la final de copa. Todo un pueblo a sus pies.
Ayer y hoy, además de la victoria deportiva, estas competiciones otorgaban prestigio internacional. Si una ciudad era realmente poderosa también debía mostrar ese poder por medio de sus atletas. Y al revés, si alguien destacaba deportivamente era previsible que fuese un rival temible en la guerra.
Esto mismo sucede en nuestra época. Durante la Guerra Fría, norteamericanos y soviéticos rivalizaban en el número de medallas de oro y en la obtención de récords. El deporte mostraba el poderío de las superpotencias. Actualmente, China trata de mostrar que es un serio aspirante a potencia mundial no sólo económica o militarmente, sino también en las distintas competiciones deportivas. Por eso mismo, su gobierno presionó cuanto pudo para organizar los pasados Juegos Olímpicos en Pekín, donde, con una excepcional organización y un fastuoso derroche de recursos e imaginación, deslumbró al mundo. Esos Juegos han supuesto la entrada de China en el juego de las grandes potencias, su auténtica presentación en sociedad. Es lo mismo que trata de hacer otra potencia emergente, Brasil, que organizará la copa del mundo de fútbol de 2014 y los Juegos Olímpicos de 2016.
No hay duda de que los estados han usado el deporte desde siempre para aumentar su prestigio, demostrar su poder y cohesionar a sus sociedades alimentando el nacionalismo. Por este motivo, han controlado la organización del deporte internacional. No es cierto que en los Juegos Olímpicos estén los mejores deportistas del mundo. Compiten los mejores de los diversos estados, que no es exactamente lo mismo. En ocasiones, hay atletas excelentes que no pueden ir porque su país es extraordinario en un deporte, como en el caso de los velocistas estadounidenses, cuyas pruebas nacionales de clasificación en ocasiones han tenido mejores marcas que las finales olímpicas. A su vez, en los campeonatos internacionales de fútbol, por poner algunos ejemplos, muchas veces han faltado futbolistas excepcionales porque sus selecciones nacionales eran muy flojas. Esto implica que jugadores como Eto"o (Camerún) o Adebayor (Togo) no siempre tienen asegurada su participación en los grandes eventos deportivos. El mundo de la política internacional está controlado por los estados y el del deporte internacional, también.
Cada vez que vemos un partido de cualquier deporte, el locutor nunca pierde la oportunidad de recordarnos que el gol es de un futbolista argentino, la etapa se la lleva un ciclista francés o la saltadora rusa ha batido un récord del mundo. Constantemente se refuerza el vínculo entre deporte y nacionalismo. La copa de fútbol es del rey y de España, hay muchos clubes cuyos nombres comienza por Real, etc. ¿Quién usa el deporte de forma nacionalista?
Las federaciones, todas ellas reales, supuestamente organizaciones civiles, están bajo el mando del secretario de Estado correspondiente, nombrado por el gobierno. Y muchas veces la persona elegida no ha practicado deporte ni siquiera con la videoconsola. Por lo tanto, ¿quién politiza el deporte? El Estado. Pero hay más. Si un seleccionador nacional español convoca a un jugador, éste debe obligatoriamente ir y su club debe dejarle participar en el partido. Si no lo hacen así, les impondrán durísimas sanciones, como no poder competir en ningún partido durante dos años. A un jugador convocado por la selección de Euskadi, por el contrario, nadie le impone acudir a la convocatoria: Si no le apetece ir, no va y si su club no le autoriza, tampoco. ¿Quién impone y quién deja libertad al jugador?
Por si todo esto fuese poco, cuando hay un partido de la selección española, aunque sea un amistoso intrascendente, no puede haber ningún otro partido en la televisión el mismo día, incluso aunque sea a otra hora. Ello condiciona absolutamente los calendarios de las selecciones no oficiales e incluso de los clubes, concentrando partidos y machacando a los jugadores. Por ejemplo, debido a esta norma, el partido entre el Athletic y Paraguay no pudo ser retransmitido por ninguna televisión, con las consiguientes pérdidas para el club en un partido cuya recaudación era para el fútbol base.
Además, hay casos especialmente sangrantes, como el de la pelota vasca. Que Euskal Herria, el país en el que tiene origen este deporte, no pueda participar en las competiciones internacionales es inaudito. Por ejemplo, Inglaterra, Escocia o Gales participan con sus propias selecciones de fútbol por haber sido las pioneras en este deporte. Euskal Herria no puede en su deporte más universal. Y no porque no quiera. Han sido numerosas las intervenciones e incluso amenazas de la diplomacia española a las federaciones de pelota de los estados americanos para evitarlo. Así pues, ¿quién politiza el deporte? No somos los vascos, que vemos competir a nuestros atletas con otra bandera, sino los estados y sus nacionalismos.
Y todavía hay que aguantar estoicamente que se diga que la selección española es la selección de todos y que son los nacionalistas vascos quienes quieren imponer su selección. Y hay que escuchar a los politiquillos de turno que, de momento, no se puede. ¿Por qué no se puede? Si no es necesario que hagan nada, basta con que dejen de presionar, atemorizar y amenazar. Con eso bastaría para que la selección vasca, una demanda popular y largamente deseada, lograse la oficialidad. Aún estoy esperando a que el lehendakari diga cuál es su plan para hacer realidad este sueño de la sociedad vasca, un sueño que no va contra nadie y que nos haría felices a muchos.
Igor Filibi
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