miércoles, 16 de febrero de 2011

Ahí se queda Lerín

  • Jose mari Esparza Zabalegi

¿Qué pasa con la izquierda abertzale? ¿Se ha bajado los pantalones? ¿Van expulsar del nuevo partido a los que aplaudan al Che, a Mandela, a Martí y a tanto amigo armado? ¿Es el primer paso para parecerse a los demás? Algunos militantes veteranos andan sorprendidos con Sortu, y muchos amigos de fuera de Euskal Herria nos hacen preguntas inquietas. Otros, más maliciosos, esbozan sonrisas satisfechas y dicen “ese camino ya lo iniciamos otros hace diez años…”. Para todos ellos van estas reflexiones.

*Desde la “Alternativa Democrática” de 1995, ETA y la izquierda abertzale estaban intentando llevar el conflicto vasco al estricto terreno de la consulta democrática a la ciudadanía vasca. Aquél fue el primer gran paso estratégico. La evolución del mundo ha reforzado esa idea: el parto de 19 nuevas naciones europeas; el atentado de Nueva York y su secuelas “antiterroristas”; el espacio policial europeo; el fin de los ciclos armados en otros lugares; el éxito electoral de las izquierdas latinoamericanas…

*No son menos relevantes los cambios en la sociedad vasca, fruto en buena medida de la lucha y tensión anterior: la ruta independentista de la mayoría sindical vasca; el fenómeno, antes impensable, del Plan Ibarretxe, la actitud de partidos como EA… Y, frente a todo esto, la radicalización de un españolismo que, como hizo en Cuba, ha recurrido al extremo de unirse (liberales y conservadores entonces, PSOE y PP hoy día) para mantener el control de las últimas colonias. Si la derecha y el PSOE necesitan juntarse para gobernarnos, y además con trampas electorales, es el principio de su fin. ¿Que la actividad armada estaba dando recursos al Estado, arrinconaba a la izquierda abertzale y dificultaba las mayorías abertzales y progresistas? Pues se abandona Lerín y punto.

*Los vascos y su lengua han sobrevivido los últimos milenios por su capacidad de resistencia y de adaptación. Atrapado entre grandes potencias, todo pueblo pequeño es guerrillero. Ante Carlomagno no pudimos defender Iruñea; así que le esperamos en Orreaga donde le hicimos trizas. Si en algo insisten todos los viajeros decimonónicos es en la capacidad guerrillera y en el valor de los vasconavarros. Sin embargo, se sorprendían de que no tuvieran sentido del honor al uso de las milicias profesionales. En 1837, el inglés Richard Ford decía que una gente tan belicosa “no considerara vergonzoso volver la espalda y correr cuando una intentona fracasaba, ni tampoco encontraran que fuese deshonrosa cualquier injusta ventaja”. Ese principialismo estético, útil para los poderosos, es letal para los pequeños. Scott, en su libro “Los dominados y el arte de la resistencia”, (Txalaparta, 1990) lo explica perfectamente.

-En la última guerra carlista, el ejército español metió en las cuatro provincias 160.000 hombres, el mayor contingente de toda su historia, para “expurgar el rincón que faltaba y acabar la unidad española”. Uno a uno fueron cayendo los pueblos vascos. Aguantaron lo que pudieron y de alguno quedó una copla: “Si vienen mil, quietos en Lerín / Si vienen mil quinientos, en Lerín quietos / Y si vienen dos mil, ahí se queda Lerín”. Ya les esperarían luego en un Orreaga cualquiera. Tras aquella guerra, perdimos los Fueros pero surgió el abertzalismo. Una nueva trinchera, una nueva expresión de resistencia.

-De Lerín ha salido la izquierda abertzale con una disciplina militante, con un orden y con una cohesión, como para quitarse la txapela. En plena clandestinidad, cayéndoles encima condenas brutales, los dirigentes de todas las organizaciones que lo han llevado a cabo han demostrado una cintura, una entrega y una capacidad digna de liderar este país. Además, desde el punto de vista de la alquimia política, el trabajo merecerá más de una tesis doctoral. No conozco en toda Europa un grupo de izquierdas, con la importancia, complejidad y tradición de la izquierda abertzale, que haya sido capaz de salir de un brete semejante sin desgarros.

-De Lerín salieron antes algunos, alentando una desbandada general que no se dio. La mayoría quedó quieta, a la espera de la decisión colectiva. Cargados sin duda de audacia y de razones, unos argumentaban que había que continuar resistiendo allí. Los más dijeron de salir, volver a los pueblos, reagrupar fuerzas y tornar al ataque con las armas, ahora exclusivas, de la política. Y todos, ordenadamente, emprendieron la marcha. Para una sola cosa sirvieron los pocos que corrieron antes de tiempo: para señalarnos la senda equivocada, lo que no se debe hacer. Y ahí andan todavía, entre abrojales, sin hallar la salida.

-Llegados a este punto, el acatamiento de la Ley de Partidos, como antes de la Constitución, llevar el carnet de identidad español o soportar un control policial, no son más que obstáculos de papel que pone el enemigo, y que el resistente vasco debe asumir para esperar al Estado donde ahora es más débil, allá donde hoy tenemos más ventaja: en el Orreaga de la política. Hay razones, fuerza y paisanaje para lograr la libertad. Se puede ganar la batalla del futuro como vamos a ganar la de la memoria histórica. Y digan lo que digan sus leyes, siempre seremos amigos del Che y de sus seguidores. Por eso los sorprendentes Estatutos de Sortu no son ninguna demostración de debilidad, sino un derroche de fuerza y cohesión interna. Lo dijo muy claro el dirigente del Sinn Féin, Alex Maskey. Y el Gobierno español lo sabe: no ha podido destruir Lerín; no ha conseguido ninguna desbandada, ninguna escisión, ninguna conversión, ninguna rendición. Todavía harán mucho daño físico, pero moralmente, están derrotados.

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