viernes, 29 de octubre de 2010

Memoria de una Noruega


Balbina Lasheras, una de las 200 vascas recluidas por los franquistas en el penal de mujeres, revive a sus 91 años su "alegría" al ingresar en la cárcel de Larrinaga: el camino a Derio llevaba a una muerte segura.

Me alegré cuando vi que me conducían a la cárcel de Larrinaga. No iba a Derio". El testimonio es de Balbina Lasheras, víctima bilbaina del franquismo. El 21 de junio de 1937, se sintió por un momento aliviada por ingresar en una prisión, porque el camino a los muros de Derio suponía perder la vida. Su muerte.

Si sus palabras sorprenden, aún en mayor medida su detención: tenía dieciséis años y estaba jugando a la cuerda con su sobrina en brazos. La estudiante del colegio Las Hijas de Jesús no comprendía qué ocurría esa jornada en la que los falangistas entraron en Bilbao. Le acusaban de "hacer propaganda contra el glorioso movimiento nacional". A sus 91 años, aquella jovenzuela de Olabeaga resume hoy el momento de su paso por la comisaría de Orueta. "Me dijeron que iba a declarar, y que enseguida volvería. Y ese enseguida se convirtió en 5 años, 5 meses y 10 días" por las cárceles de Larrinaga, Orue y Saturraran. En este último centro penitenciario -que Balbina califica de campo de concentración-, le pusieron el mote de La Peque, porque era la reclusa más joven.

"Me dijeron que iba a declarar y enseguida volvería. Duró 5 años, 5 meses y 10 días"
Le imputaron delatar a unos vecinos falangistas. "¿Cómo iba a hacerlo si aquella familia era buena gente?", responde esta votante del partido jeltzale. "No sé si seré o no del PNV. Nos viene de mi madre. Mi padre sí que no sé de qué sería... Él era de Aragón", valoraba ayer a este diario. "Nosotros éramos nacionalistas. Entonces no se decía del PNV. También había nacionalistas vascos de ANV, pero ninguno éramos de ellos", evoca. Mujer fuerte, Balbina no volvió a pasar miedo en las cárceles a las que le trasladaban. Larrinaga y Orue se quedaron pequeñas y recaló más adelante en Saturraran. Fue una de las 200 vascas que fueron a parar a ella. Otras 3.800 eran del Estado, ya que el poder golpista ejecutaba una política de dispersión.

En camión nevado a Saturraran. "El dinero iba a las monjas"

Les trasladaron en un camión descubierto, en días de nieve. "Además, había helado. Íbamos muertas de frío", rememora. A su llegada al otrora balneario, les requisaron comida, las agujas de hacer punto, cucharas… "Nos dieron una colchoneta de paja y nos mandaron al pabellón número 8". Sí pudo conservar un tesoro: los salvoconductos por buen comportamiento que le redactaron en las cárceles anteriores. "Ponía -puntualiza- que era católica. Buena persona".


Lasheras, quizás por su juventud, supo salir al paso de las situaciones que le surgían en el penal. Esquivó, incluso, la muerte. Los médicos de la cárcel creyeron que tenía una tisis galopante. "Me pasaron de la sala de observación a morir a la enfermería". Sin perder más segundos, escribió una carta a su hermana diciendo que "estaba muy mal", y allí se plantó a hablar con el médico Luis Arriola. Un militar se interesó por ella: "Marche tranquila, a ver si lo arreglo". Pasaron unos meses y se cumplió la salida de Saturraran.

A día de hoy, Balbina, aunque cristiana católica, aún recrimina la actitud de las monjas Mercedarias, encargadas del penal guipuzcoano. "Eran malas como la tiña. Algunas mujeres lavaban ropa para cargos de la cárcel y éstos les pagaban algo, pero nunca llegaban a ver las presas ese dinero. Se lo quedaban las monjas. Es más, la comida la guardaban en la casa de los cerdos. Y si les contestabas te mandaban al calabozo". Siete décadas después, esta bilbaina de pro asegura que lo peor "no fue lo que viví, sino lo que vi que vivieron otras". "A mí, las monjas, yo creo que hasta me cogieron cariño", admite.

(Deia. 21 / 10 / 2010)

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