Joseba Fernández González (Militante de Antikapitalistak-Izquierda Anticapitalista)
A uno le despiertan a la 1:00 de la mañana, sin comerlo ni beberlo, convertido en un etarra y con su foto en portada de todos los grandes medios de comunicación. No es la primera vez que esto ocurre (o episodios muy similares), y me temo no que será la última. El rigor y la veracidad de los mass media de este país está a la altura del barro. Lo que me ha pasado a mí no pasa de mera anécdota, en comparación con otras situaciones. Ahí tenemos, entre otros muchos, los ejemplos de lo ocurrido con el caso del intento de golpe de Estado en Venezuela en 2002 o la patética sumisión de todos los grandes medios a la versión oficial tras el atentado del 11 de marzo de 2004 en Madrid. Pero también tenemos el ejemplo cotidiano del tratamiento informativo a muchos casos de eso que llaman la “lucha antiterrorista”. Un tratamiento que, en muchas ocasiones, responde al criterio de la emergencia, del sempiterno servilismo a la “razón de Estado” y a la criminalización oportunista de cualquier tipo de acción social alternativa y antagonista. Ahí están los casos de Egunkaria, del sumario 18/98, de las movilizaciones anti-TAV y de tantas otras. Sin embargo, esta ausencia de una prensa profesional que, de verdad, ejerza el necesario control sobre los poderes públicos (y los poderosos) no camina sola. Es el triste reflejo de la descomposición de la democracia española. Una democracia que, surgida tras esa “plácida, pactada y ejemplar” Transición, no deja de asombrar con sus continuos retrocesos. Ahí está, sin ir más lejos, el caso de ese juez “modélico” sometido ahora a las presiones de esa derecha extrema que todavía mantiene la capacidad de marcar la agenda política. O, sencillamente, el engendro jurídico y la aplicación torticera y chapucera de esa teoría jurídica del “entorno”. El estrambótico caso en que me he visto envuelto en el día de hoy no deja de ser una anécdota. Una anécdota que, eso sí, daña gravemente derechos personales y que, tras las oportunas medidas, deberían ser reestablecidos. Pero también es, sencillamente, la constatación del nivel periodístico de unos medios de información que (en algunos casos) aún no han sido capaces de rectificar y ofrecer correctamente la información de lo ocurrido la pasada noche. Por cierto, nuevamente asumiendo todas las informaciones oficiales, y sin atender a los necesarios criterios de prevención a la hora de dar las noticias, tal y como están haciendo algunos medios franceses. En fin. Queda la sensación de impotencia, de desnudez frente al poder omnímodo de la imagen. Y queda la vulnerabilidad frente al trabajo mal hecho, la falta de rigor y los prejuicios del “profesional” de turno. Nada nuevo bajo el sol, por otra parte. Sensacionalismo, amarillismo y superficialidad aplicadas a la comunicación política. De eso sabemos mucho quienes seguimos creyendo que otros medios son necesarios para otra democracia posible.
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