jueves, 18 de febrero de 2010

MANDELAMANÍA

Hace 20 años salió de la cárcel Nelson Mandela. Quienes lo consideraban un terrorista nos lo presentan ahora como a un héroe. Superó el racismo, abrió una nueva época en Sudáfrica ─dicen─ y logró la paz. Nelson Mandela es un modelo. Para mucha gente, también para esos que encarcelan a los «Mandelas» de ayer, hoy y siempre. Para esos que, mientras aplauden al Mandela de Sudáfrica, tienen presos a los Mandelas del País Vasco.
Nelson Mandela es loable, ciertamente. Luchador empedernido que, después de ganar mil batallas a la resignación, pasó por encima de quienes querían asesinarle. Hombre encarcelado por sus ideas, maltratado y que sufrió una larga condena. Eso es lo que le convirtió en un hombre de estado famoso. Algunos quieren manipular esa trayectoria y mencionar sólo algunos rasgos, porque les conviene ocultar la posición que tuvieron ante el apartheid de entonces y las injusticias de ahora. Conocemos perfectamente, en cambio, la hipocresía que se esconde tras las palabras de algunos, que rechazan diariamente la visión del mundo que representa Mandela y encarcelarían a todos los Mandelas para imponer sus intereses por encima de la mayoría.
Lo mismo que algunos convirtieron la imagen del Che Guevara en símbolo para el negocio, otros quieren traficar con la trayectoria de Mandela, para lavarse la cara y atacar a los luchadores de hoy. No es necesario ir a Sudáfrica para aprender qué es el apartheid. En la mayoría de rincones del mundo lo aplican unos pocos para dominar a todos los demás. ¿Qué es el capitalismo, al cabo, más que un apartheid gigante? Se arrinconan los intereses de la mayoría de la población mundial para proteger los de unos pocos. Aquí, en nuestro país, los ilegalizados son discriminados, criminalizados, despojados del derecho a ser votados.
Lo sucedido en Sudáfrica fue una atrocidad. La cuestión no consiste, en modo alguno, en comparar lo de allí con lo que ocurre en otros lugares, pero la represión y las injusticias suceden en muchos sitios y, por suerte, el nuestro es un mundo lleno de Mandelas, aunque la mayoría de ellos mueran sin haber tenido la fama de Mandela.
Mejor harían algunos si tomaran algunas enseñanzas de Mandela. Resolver los problemas, superar los conflictos mediante el diálogo y el acuerdo, por ejemplo. Pueden aprender, si no, que la cárcel no endereza los conflictos políticos. Que la represión no es capaz de cerrar las puertas al ansia de libertad.
La noche de Mandela fue larga, pero llegó el día, el Sol disipó las nubes y abrió el camino de la libertad. Cuántas veces presionaron a Mandela para que «condenara el terrorismo». No lo hizo. No cayó en la hipocresía en torno a la violencia. Dejando de lado las necias condenas, apostó por una Sudáfrica sin violencia. Precisamente por eso es famoso y admirado Mandela, conocido en todo el mundo. Si hubiera firmado la condena que en ese largo camino le pidieron, si hubiera denunciado a quienes seguían luchando en la calle, ¿quién celebraría que hace 20 años que Nelson Mandela salió de la cárcel?
Ésa misma es la reflexión que algunos quieren soslayar con su hipócrita verborrea. Ésa es la clave para entender la actividad de nuestros miles de Mandelas en el País Vasco.

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